Triskells, triscelios, triskeliones.

«Hay tres partes en el mundo: tres principios y tres fines, tanto para el hombre como para el roble. Tres reinos de Merlín, llenos de frutos de oro, de flores brillantes, de niños que ríen.»
Del poema Barzaz-Breiz2

Son varios los autores que han identificado el anillo de espirales con aquella cosmogonía de los celtas, representada (posiblemente incluso en Avebury) por los tres círculos concéntricos que, como una espiral, se desplazan del centro hacia la periferia. Primero está el estado de Awbredh (Abred), el círculo del centro del Universo, donde comienza el viaje del alma. Luego sigue Gwynneth (Gwynvydd), el círculo de la purificación, al cual el alma accede después de muchos viajes desapegándose de su naturaleza terrenal (según algunos, librándose del orgullo). Finalmente tenemos Kawgynt (Ceugant) que es el círculo infinito, donde el alma alcanza la serenidad y la libertad, es el vuelo hacia ignotas circunvoluciones.

Al relatar la derrota del «rey de reyes» Vercingetórix ante Julio César, Pedro Palao Pons nos habla de un significativo ritual que ejecuta el héroe celta, quien da tres vueltas alrededor del rey romano. «Con la primera vuelta, que representa la primera esfera del trískel, entrega su cuerpo y con él las tierras y los cuerpos de todos los hombres, mujeres y niños de la Galia. Al efectuar la segunda vuelta le da al vencedor su mente, y con este giro traza la segunda esfera del trískel, es decir, entrega las ideas, los pensamientos y todo cuanto podría haber pasado en el futuro si hubiera vencido. Finalmente, en la tercera vuelta, que equivale a la tercera esfera sagrada del trískel, le entrega a César el alma, la esencia de él y de toda su cultura, poniendo incluso a su disposición todo su panteón de antepasados, héroes y dioses.»3

El camino del druida aparece de esta forma como un camino de iniciación simbolizado en el anillo de espirales que se desplazan desde la circunferencia hacia el centro. De este modo, como en las más antiguas tradiciones, de lo que se trata es de ir por el camino que conduce hacia el centro, hacia el «núcleo del núcleo» (como en la tariqah, la vía esotérica de Al’ tasawwuf, en la tradición sufi). De aquel «radio» espiritual que lleva a conectarse con lo sagrado, con el otro mundo de percepciones indescriptibles. Parece probable entonces que las tres espirales del trískel representen el triple viaje de los druidas desde distintos planos de la existencia (cuerpo, alma y espíritu), por el camino laberíntico que lleva al iniciado más allá de la muerte, hacia Avalón, ese otro mundo lleno de magia, el centro espiritual, el espacio sagrado del bosque (nemeton), el inmensurable templo interior, como al «héroe» de las más fascinantes aventuras, llevado por aquella espiral de energía en la búsqueda del preciado Grial. En su clásico libro El mito del eterno retorno, el gran escritor rumano Mircea Eliade señala, «el camino es arduo, está sembrado de peligros, porque de hecho, es un rito del paso de lo profano a lo sagrado; de lo efímero y lo ilusorio a la realidad y la eternidad; de la muerte a la vida».

Este carácter trinitario del trískel está presente también en otras manifestaciones de la multiversa cultura celta. Tenemos así la referencia a las «deae matronae» o «deae matres», es decir, tres deidades femeninas que hacen referencia a un primigenio momento de su historia. Es pertinente recordar el papel significativo de la diosa Dana en la cosmovisión céltica, madre de los dioses, pero además, a Morrigan la «reina de los no muertos» que en las tradiciones irlandesas era la conjunción de tres diosas, Macha, Badbh y Nemain. Su invocación era asunto de cuidado, por lo que se tenía la precaución de recurrir a ella en sólo una de sus formas, por cuanto se tenía la convicción de que el poder de las tres podía resultar inmanejable4.

Tomando todas estas consideraciones precautorias como base, podemos vislumbrar algún asomo de lo que representa aquel «torbellino sinuoso de energías» en la cultura celta. Parece sugerente, más allá del asombro, recoger paso a paso la enorme riqueza de aquella ancestral sabiduría y convenir con la estrofa XXI del relato Merlín, compuesto en el siglo XII, donde se lee, «dentro de la perfecta simetría de un círculo, se sostiene la naturaleza esencial del Universo. Lucha por aprender de él… para reflejar ese orden».

Fuente: http://www.ecovisiones.cl

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