La mitad oscura del año

Aunque por lo general se divide el ciclo anual se divide de acuerdo a las horas de luz solar en una mitad luminosa y otra oscura, creo que tiene sentido dividirla en función de los eventos que simbólica o naturalmente suceden “sobre” y “bajo” tierra, siguiendo el ciclo que traza una la semilla desde que germina hasta que regresa a la tierra de la que surgió. La mitad oscura del año no sólo se caracteriza por sus largas noches, sino por que todo aquello que es esencial para la vida y se produce fuera del alcance de la vista y el oído del común de los mortales.

La fuerza del sol mengua y el frío reina sobre la tierra, sin embargo en sus entrañas, como en un vientre maternal, aguardan ocultas las semillas que son promesa del retorno de las mieses y, por extensión, de la luz, el calor y el alimento. Numerosas tradiciones disponían de ritos para acompañar al sol en su regreso del mundo de los muertos, y así mismo se viajaba al Inframundo para asegurar que las semillas encontraran el camino de ascenso a los campos.

El contacto con el Inframundo y, especialmente, con el mundo de los difuntos, es algo que aún parece restringido a la celebración de Samhain, Halloween, o el Día de Muertos: Al acercarse el solsticio de invierno el paganismo actual parece querer dar un salto hacia adelante y cambiar de tema: “Muy bien, ahora ya podemos hablar del nuevo sol”. Sin embargo, no conviene apresurarse: El hecho es que durante toda la mitad oscura del año las cosas más importantes suceden bajo tierra, siguiendo el esquema del que posiblemente sea el más antiguo de los relatos heroicos (el viaje de la divinidad al Inframundo, y la hazaña de su regreso), y tienen relación con la Muerte y sus dominios.

Tal vez sea conveniente plantearse hasta qué punto son esencialmente distintas las prácticas, por ejemplo, del Trick or Treating y la tradición navideña de los grupos de niños que van de casa en casa, cantando villancicos y pidiendo un aguinaldo. Los vínculos entre las figuras que tradicionalmente surcan los cielos y dejan regalos, como San Nicolás, Befana o los Reyes Magos, con los tradicionales líderes de los ejércitos de los muertos: Odín, Holle, Diana… La diferencia entre dejar ofrendas de alimento y bebida a los muertos el Día de Difuntos, y dejar pan y agua a las monturas, de los visitantes benefactores e incluso vinos y licores para ellos; o entre señalar el camino a casa con velas, con lámparas de calabaza y papel, o con luces de colores.

Se podrían encontrar aún muchos más ejemplos de este tipo de tradiciones, pero lo que interesa subrayar aquí es la conexión entre las celebraciones populares que, en relación con el ciclo anual, van desde el otoño a la primavera; desde las festividades de los muertos hasta los carnavales de febrero. La oscuridad reina sobre una luz que, bien por estar declinando, bien por estar naciendo, es débil y excepcional. La tierra en sombras guarda cadáveres y semillas: lo que no se ha ido del todo, lo que aún no llega. La noche expande los límites de su territorio, que se difuminan y se vuelven permeables a fin de que se pueda cruzar en ambas direcciones.

Las criaturas de luz sostienen pequeñas llamas de las velas, o se refugian en el hogar, conscientes de lo pequeñas que son, pero también del poder que les otorga ese fuego que pueden llevar consigo. También para ellas es necesario esta inversión temporal del orden de la luz y la oscuridad, del mundo de las cosas tangibles e intangibles; de otro modo los muertos no se podrían ir a descansar a su reino, y las semillas no podrían crecer sobre la tierra. Por un tiempo la inversión parece convertirse en caos, en un ir y venir de entidades y roles, que es también un símbolo de cambio y renovación, tan necesario para que la continuidad no sea una repetición estéril.

Fuente: http://uncaminodecabras.blogspot.com/

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