La magia celta

D. J. Conway

Se ha venido produciendo durante los últimos decenios un creciente interés por las antiguas creencias paganas. La gente busca un sistema de convicciones más práctico y personal, algo como una manera de ser espiritual pero mejorando la forma de vida. Ello incluye la religión y la magia de los paganos, que son, de forma simultánea, prácticas y espirituales.
Se cree por lo general que los sistemas celtas o druídicos son irlandeses, ingleses y galeses. De hecho, los celtas habitaron durante muchísimo tiempo gran arte de Europa Occidental, habiéndose encontrado restos de su civilización en lugares que se extienden desde el Sur de Francia y zonas del Norte de España hasta las tierras bajas de Alemania, las Islas Británicas e Irlanda.
No es en absoluto necesario contar con estos orígenes raciales para practicar la magia de los celtas; todo lo que hace falta es interesarse tanto en la mitología celta como en la propia magia, y una profunda simpatía por la Naturaleza y sus poderes.
Las creencias de la magia céltica se encuentran firmemente enraizadas en la Tierra y en los espíritus elementales que constituyen la propia esencia de la Naturaleza, lo que incluye los cuatro Elementos básicos que la conforman: Tierra, Aire, Fuego y Agua.
Los antiguos celtas poseían amplísimos conocimientos y mostraban gran respeto por las cualidades curativas y mágicas de las platas y las piedras. Conocían y hacían uso de los flujos energéticos de la Tierra, los árboles y algunas formaciones rocosas especiales y solían convocar a los espíritus elementales, la “gentecilla” de los irlandeses, a quienes los ingleses llamaban duendes y hadas.
Sin embargo, la creencia más poderosa –casi única, podríamos decir- que profesaban los pueblos antiguos era su devoción por la Gran Madre, la madre y las diosas guerreras. De hecho, los pueblos célticos, antes de producirse las intervenciones de Roma y del Cristianismo, constituían una de las pocas etnias que concedían a sus diosas tratamientos en pie de igualdad a los conferidos a sus dioses.
Ello, no obstante, no significa en modo alguno que no existiesen otras religiones paganas que rindiesen homenaje a la Gran Madre, aunque, sometidas a un estudio más meticuloso, nos encontraríamos con que los dioses varones de sus panteones estaban considerados más poderosos e importantes. A las diosas se las permitía ocupar su lugar de culto, siempre y cuando sus seguidores no intentasen usurpar la posición primaria del poder, que siempre estaba representado por un dios masculino.
Las diosas de los celtas no ocupaban puestos secundarios ni en su culto ni en sus leyendas, respeto con que se empapó la sociedad de los celtas, dando como resultado que las mujeres de esta raza fueses profundamente respetadas y contasen con numerosísimos derechos de propiedad, personales y de estado social. Se honraba a las sacerdotisas. Las mujeres guerreaban y eran madre y contaban con los mismos derechos que los hombres.
¿Causó lo mencionado algún daño a la sociedad o colocó a los hombres en posición de inferioridad? Según la historia, absolutamente no. Los celtas constituían una de las razas más feroces, aunque más adelantadas desde un prisma espiritual, del Viejo Mundo, viéndose debilitados únicamente cuando aceptaron y se sometieron a la intrusión del Cristianismo.
La vida de los celtas estaba llena de magia, y ellos hacían uso de ella. Sus entrelazadas obras de arte en joyería, sus ropajes, sus herramientas y sus casas no eran sino una forma de magia dirigida a evitar el mal de ojo y responder a éste con maldiciones. Creían que sus dioses podían aparecer en cualquier momento y lugar y que los humanos teníamos todo el derecho a invocar su ayuda. También creían en que cualquier persona tenía sobre sí la responsabilidad de hacer lo que pudiera para mejorar su vida, lo que, por supuesto, incluía el empleo de magia, pequeña o grande. Para llegar a este punto, una persona tenía que mostrarse deseosa, de forma constante, de aprender y madurar.
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Magia Celta (D.J Conway)

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