La Rueda del Año (Litha)

El solsticio de verano es el momento de máxima luz cuando los días que han ido creciendo llegan al día más largo del año. En el momento que el Sol alcanza su máximo apogeo, y durante tres días parecerá estar inmóvil en el cielo, es cuando comienza su declive. Hasta este momento la luz ha ido ganando terreno a la oscuridad, pero en estos tres días ya no logra avanzar más; y el cuarto día, aunque tímidamente, muy tímidamente, la oscuridad comienza recuperar el terreno perdido.

El Dios que da, el Rey Roble, ha perdido su batalla con el Dios que quita, el Rey Acebo. Poco a poco irá retrocediendo para dejar lugar a su hermano, que reinará durante la otra mitad del año.

Esta festividad menor nos anuncia lo que ha de venir, a mitad del verano, en el festival mayor de Lughnasadh: la fiesta de la cosecha y el sacrificio del Dios.

En este momentos estamos estrenando el verano. El momento álgido de luz, de abundancia, de campos verdes y llenos de frutos madurando en espera de ser cosechados, la Diosa en toda su plenitud. Momento de máxima expansión que nos invita a salir y a disfrutar. La exuberancia que nos rodea nos embriaga, disfrutar y vivir en plenitud es la impronta de la estación que comienza, alejándonos de toda preocupación momentáneamente. La vida se expresa en la alegría y la placidez del verano.

Y es, en este punto, cuando se ha plantado una nueva semilla que aún tardará en dar su fruto. Esta semilla es la antagonista a aquella que nos llenaba de esperanza en Yule, la noche y el frío, el reposo y la quietud que trae el invierno inicia su reinado en este instante, al igual que su gemela ya madura se gestó en lo profundo de la noche invernal.

Nuestra naturaleza nos hace esperar con ilusión el despertar de la naturaleza, pero nos hace que, en el bullicio y dulzura del verano, no prestemos tanta atención a su contrapunto.

No esperamos la llegada de la muerte y el reposo de la Naturaleza, y sin embargo esta es necesaria, para que una vez más tenga lugar la renovación y el renacer de la vida. Si la planta, que ha germinado y crecido en primavera y fructificado en verano, no muere y entrega su semilla a la Tierra, si no se sacrifica y muere, no habrá un nuevo resurgir, ni nueva planta que germine.

Es por eso que el Dios, por su amor a la Tierra, se sacrifica y su entrega a la tierra garantiza un nuevo comienzo. La Tierra, útero y tumba, acoge y da. La Diosa es la puerta o umbral a través de la que se penetra en esta vida o se abandona este mundo.

Así que en la noche más corta del ciclo, la Mágica Noche de Litha encendemos los fuegos que representan la fuerza del Sol en todo su esplendor y que poco a poco se irá apagando. En lo profundo de la cálida noche recordamos la promesa de la muerte.

 

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