Artemisa

Origen de Artemisa

En la mitología griega Artemisa (Diana para los romanos) es la hija de Zeus y Leto, además hermana gemela de Apolo. Cuando Hera descubrió que Leto estaba embarazada y que su marido, Zeus, era el padre, prohibió que Leto diera a luza Artemisa en tierra firma, o el continente, o cualquier isla del mar. En su deambular, Leto encontró la recién creada isla flotante de Delos, que no era el continente ni una isla real, y dio a luz allí. La isla estaba rodeada de cisnes. Después, Zeus aseguró Delos al fondo del océano. Más tarde esta isla fue consagrada a Apolo. Alternativamente, Hera secuestró a Ilitía, la diosa de los partos, para evitar que Leto diese a luz. Los demás dioses engañaron a Hera para que la dejase ir ofreciéndole un collar de ámbar de ocho metros de largo. De cualquier forma, primero nació Artemisa y ésta ayudó a nacer a Apolo (posible referencia por la cual en algunas regiones se le consideró la diosa de los partos). Otra versión afirma que Artemisa nació un día antes que Apolo, en la isla de Ortigia, y que ayudó a Leto a cruzar el mar hasta Delos el día siguiente para dar a luz a Apolo. Artemisa y Apolo nacieron más grandes que todos los hijos de Hera.

Artemisa, la diosa de la cacería y los animales salvajes

La diosa Artemisa era una de las tres diosas vírgenes del Olimpo, hermana gemela de Apolo, reina de los bosques y de la caza, siendo identificada por los romanos como Diana. También se considera a Artemisa la Luna, contrastando con su hermano gemelo Apolo, el dios del sol. Su participación en la Guerra de Troya se manifiesta en el principio ya que retuvo la flota griega hasta que se le sacrificara una doncella. Agamenón no dudó en ofrecer a su hija Ifigenia que fue salvada posteriormente por la diosa. Artemisa tenía consagrado el ciprés y todos los animales salvajes, especialmente la corza.

Artemisa con diosa de la Luna

Con el tiempo Artemisa también fue concebida como deidad de la Luna, en una extraña convivencia con la diosa griega Selene, a quien llegó a suplantar, y con Hécate, la diosa de las sombras lunares y de los abismos infernales. En concreto, cuando Artemisa llega a ser divinidad de este satélite, ocupa el puesto que hasta entonces desempeñaba Febe o Selene, la titánida de la primera era de la mitología primigenia, hermana de Helios, el dios del Sol. En realidad Artemisa adquiere esta posición lunar, de la misma forma que su gemelo Apolo es el dios del Sol obteniendo el puesto de Helios, con el fin de equilibrar el conjunto fraternal que han de ocupar los dos hermanos en el cuadro mitológico. Igualmente Artemisa obtiene el puesto de Hécate, porque esta divinidad se encarga de la sombra de la luna.Esta compleja personalidad hará que Artemisa aparezca armada con un arco, como una joven con vestimenta de cazadora, a veces rodeada de jóvenes doncellas, otras de animales jóvenes o tocada de cuernos en forma de media luna.

Los deseos de Artemisa

Un día Zeus tenía en sus rodillas a Artemisa cuando tenía apenas tres años y le preguntó qué regalo especial quería. Ella pidió numerosos deseos:

– Virginidad perpetua.
– Muchos nombres como Apolo.
– Arco y saetas.
– La capacidad de dar a Luz a otros.
– Una túnica color de azafrán con ribetes rojos que le llegaran a las rodillas.
– Seis ninfas del mar que tuvieran su misma edad y le sirvieran de escolta.
– Veinte ninfas de los ríos para que le cuidaran sus aderezos de caza y sus perros.

El mito de Orión donde su madre Gea, es la mujer que manda al escorpión a matarlo se ve mezclado en relación con la historia de Artemisa. Existe una versión en donde la propia Artemisa es quien le manda el escorpión debido a su soberbia y presunción de ser el mejor cazador y confrontarse con las bestias de la tierra. Otra versión nos cuenta que Artemisa estaba profúndamente enamorada de Orión, a tal punto que Apolo, por celos o por protegerla, engañó a Artemisa, retándola a disparar su flecha sobre un punto aparentemente al azar, que él había elegido y que no se trataba de otro que de Orión, que se encontraba, o en una lejana isla o con su cuerpo sumergido en el mar, dejando solo la cabeza fuera de él, asemejándose a una piedra, matándolo.
>LEYENDAS DE ARTEMISA

La leyenda de Niobe

Niobe, hija de Tántalo y esposa de Anfión, se jactaba ante todos de su fecundidad y de la belleza de sus catorce hijos: siete varones y siete hembras. Además se burló de Leto, o Latona para los romanos, pues solo habían tenido dos: Apolo y Artemisa. Ambos, indignados por la presunción de Niobe, mataron uno a uno a sus hijos. Apolo disparó sus envenenadas flechas a los siete hijos y después Artemisa las suyas a las hijas. Tan solo una hija escapó a la masacre, pero, aterrorizada, conservó durante el resto de su vida una tez de una palidez mortal, adoptando el nombre de Cloris, “Pálida”.

Niobe al oír los despearemos gritos de sus hijos salió de su palacio y vio horrorizada cuanto había sucedido. Se quedó tan petrificada que, para huir del horrible espectáculo de los cuerpos agonizantes de sus hijos, miró hacia el cielo mientras brotaban lágrimas de sus ojos y pidió clemencia a los dioses. Júpiter se apiadó de ella transformándola en roca, pero sus lágrimas continúan saliendo, pues tan profundo era su dolor, formando una fuente. Esta roca se encuentra en el monte Sipilo.

Esta alegoría explica como Niobe, la madre que representa el invierno duro, frío y orgulloso, ve como Apolo, los rayos de Sol, da muerte a sus hijos, los meses de invierno. Sus lágrimas son el emblema del deshielo natural que llega con la primavera cuando el orgullo del invierno se ha derretido

La leyenda de Endimión

Al caer la tarde, Diana subía a su carro lunar y, conduciendo sus plateados corceles, recorría el oscuro cielo. Tras saludar a las estrellas, se solía agachar  para observar la tierra, pues durante la noche aparecía más enigmática y encantadora.

Una noche mientras se agachaba a contemplar la Tierra, divisó a lo lejos un bello y joven pastor que yacía dormido. La diosa no pudo resistir la tentación de acercarse para contemplarlo de cerca. Admiró perpleja su belleza y en poco tiempo sintió que su corazón latía con algo más que con admiración. Se agachó entonces y besó  los suaves labios del pastor, quien al sentir una suave brisa entreabrió sus ojos y contempló admirado la belleza de su visitante. Aunque la rapidez de la diosa hizo que Endimión creyera haber visto un sueño, pues tan solo estaba la Luna ante él, se encendió una llama en su corazón.

A la siguiente noche, sucedió lo mismo y el amor entre ambos fue creciendo. Pero la diosa Diana había rogado a su padre, Júpiter, que la concediera el permiso de permanecer soltera y virgen. Así que Diana decidió que, para disfrutar de la presencia de su amado eternamente sin faltar a su palabra, debía inducir a Endimión a un sueño eterno. Y así lo hizo, transportándolo a una cueva sagrada en el monte Latmo. Y allí iba todas las noches la diosa para contemplar embelesada el amado semblante y sellar con un beso sus labios inconscientes.

Esta es la historia de Diana, la diosa Luna, y Endimión, el bello pastor, ha inspirado a poetas de todas las épocas.

Fuente: vidasdefuego.com y usuarios.multimania.es

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