Las Brujas del Asfalto II

He nacido en un lugar donde el color gris del cemento predomina, me he criado rodeada de luces que no dejan ver las estrella y sonidos estridentes, de prisas y coches por doquier. Recuerdo cuando los reductos verdes, como El Retiro, eran atravesados por una hilera constate de vehículos, con sus ruidos y humos. También recuerdo como, con gran acierto, se cerro esté, y otros lugares, al trafico, dando un respiro a la ciudad y sus habitantes.

En este entorno poco favorable comencé a dar mis primeros pasos en el mundo de la magia. A conectar y reconocer los elementos, a sentir la magia de las plantas y olerla en el aire. A escuchar, tras los ruidos, el silencio. A sentir el corazón de la Tierra a través de las capas de cemento y asfalto. A conectar con la Luna y las estrellas, aunque no pudiera verlas. A no seguir corriente de energía febril e inestable de la ciudad y encontrar mi punto de calma, mi voz interior, que me conecta con la sabiduría de las brujas del pasado.

Desarrollándote en este medio, el mayor reto es comprender el mundo natural en su estado salvaje. La noche en el bosque se vuelve asombrosa y amenazante, sin la seguridad de la naturaleza domesticada de parques y jardines. El silencio atruena, la oscuridad se llena de resplandores y sombras que hacen que tus sentidos atrofiados se disparen y te pongan en alerta. En esos momento maravillosos y aterradores sientes cuan pequeña e indefensa eres y cuan inmenso es el universo que te rodea. Y el misterio impacta en tu mente, y conectas con gran fuerza, comprendiendo la grandeza de aquellos que vivieron antes. Y de la fuerza de la magia nacida de esa Naturaleza salvaje.

Y con el recuerdo vivo en tus células del brillo de las estrellas, de la melodía de los insectos, o el canto de los pájaros, del susurro del viento o el gorgoteo del riachuelo regresas a la cuidad. Y miras, ávida de encontrar el colorido del campo, el olor tierra fértil, el sabor de aire limpio. Y entonces descubres como la naturaleza aprovecha cada grieta, cada fisura para colarse y reclamar lo que le pertenece. Como el asfalto y el cemento son colonizados a pesar de nuestros esfuerzos por cubrir, controlar y esconder nuestra conexión y dependencia del mundo natural.

Los parque y jardines nos permiten ver y conectar con ritmos cíclicos de la vida, con su lento pero inexorable cambio. Nos cuentan sus historias y nos enseñan a despojarnos de lo superfluo en otoño, a bajar nuestro ritmo y recuperar fuerzas en invierno, a abrirnos y llenarnos de vitalidad y actividad en primavera o de disfrutar plácida y dulcemente de la vida en verano. Nos enseñan que no hay nada que no cambie, que nada puede ser controlado. Que hay fuerzas están por encima de nosotros y que hay que conocerlas y respetarlas, fluir con ellas en lugar de enfrentarlas.

Estos reductos de naturaleza dentro de las ciudades nos dan un respiro, y nos enseñan a relajarnos a vivir el momento, a estar conectados y a que debajo y entre las moles de cemento y asfalto también hay vida y que esta se abre camino.

Y es así, que la bruja en la ciudad sabe encontrar y encontrarse con la magia en cada rincón, sabe que debajo del ruido se haya el silencio. Que la tierra, aun cubierta de ladrillo sigue siendo fértil, que el agua sigue corriendo bajo los edificios, que el aire sopla y trae olores de cambio entre las calles y el sol, la luna y las estrellas están inexpugnables más allá de las luces de las farolas. Que los rituales siguen cumpliendo su función porque la magia está en todas partes, pero hay que saber verla.

Tanto para los que han nacido en el mundo rural, como para los que han nacido en las ciudades, el camino de la magia nos llama a transformar las ciudades, a convertirlas en espacios llenos naturaleza y vida, de aprender a conectarnos y acercarnos de nuevo a ella. A llenar el vacío, que nos impulsa consumir desmedidamente, con la belleza y el sosiego. A dejar que la maravilla y magia entre de nuevo en nuestras vidas para alejarnos de los alienantes espacios desnaturalizados enfocados al consumo y la publicidad constantes. Dejemos que la naturaleza reclame su lugar en nuestras macetas, en nuestros balcones, en nuestros barrios, Como brujas seamos artífices del cambio plantando, cultivando y floreciendo, generando una comunidad orgánica y viva en armonía y que por fin rompa este sistema obsoleto que nos aboca a la catástrofe climática mundial. Y como dicen algunas canciones que cantamos durante nuestros rituales “Somos el futuro y el cambio, nacidos del pasado. Somos los que escuchan la voz que despierta de la Madre Tierra”

Somos las brujas del asfalto y hemos despertado para cambiar el mundo…todos los mundos…

Un jardín en tu balcón

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